domingo, 19 de septiembre de 2010

25 maneras de amar a un niño:



Préstele atención.
Búsquelo.
Escúchelo.
Juegue con él.
Sea espontáneo.
Tómelo de las manos.
Haláguelo más, critíquelo menos.
Maravíllese de sus logros.
Agradézcale.
Sea flexible.
Confíe en él.
Mírelo a los ojos.
Comparta su entusiasmo.
Anímelo.
Espere lo mejor de él, mas no la perfección.
Sea consistente.
Esté a su disposición.
Disciplínelo en su momento.
Aprecie sus diferencias.
Conteste sus preguntas.
Crea en él.
Pida su opinión.
Escuche su música.
Pídale disculpas cuando usted se equivoca.
¡Ámelo a pesar de todo!

Gracias Hugo Martinez por compartir.

Mas... ¿ámelo a pesar de todo?, ¿de todo, qué?, ¿de aquello que nosotros mismos le hemos inculcado, quizás?, ¿o del entorno tan plagado de hipocresía y ejemplos nefastos? A un niño hay que amarlo porque representa en sí mismo lo máximo a que puede aspirar un ser humano, antes de contaminarse. Trae el recuerdo de su Sagrada Identidad. Maitri

A propósito de eso, acá está un escrito de mi amigo, Oscar Achá Espinoza:

"Nací Genio"

Poseía tal capacidad de apropiación de datos, que ninguna máquina podrá igualar jamás. Para ser sinceros, meses antes de mi nacimiento, ya ponía atención a los sonidos que llegaban a mis sensibles tímpanos y entendía la dimensión emotiva del discurso de mamá; eso me permitió desentrañar las emociones ajenas con facilidad.

Me gustaba jugar con los significados, mucho antes que me anime a vocalizar sonido alguno. Las cantidades y sus geométricas relaciones eran motivo de juego extenso en el vientre materno; recuerdo que a veces debía forzarme a dejar de pensar en cifras, interacciones cuánticas y resultados.

La música era especialmente atractiva, en ella interactuaban mis neuronas jugando simultáneamente con cantidades, correlaciones y emociones con intensos significados.

Lo que es infinitamente más importante, lo teológico no poseía secreto para mis elucubraciones pre y perinatales. No necesitaba preguntar si existe o no, porqué permite el llanto de madres y huérfanos, ni me intrigaban sus infinitos atributos. Dios estaba en mí y yo era parte agradecida e infinitesimal de Su Abundancia.

Nací genio como todos los que seguramente me leerán algún día. De mi actual ignorancia y estupidez rampante se encargaron mis familiares, vecinos, curas, pastores, la escuela, el sistema hipócrita y los gobernantes.

Mi cuota de culpa es proporcional a cuanto les permití planchar mis circunvoluciones cerebrales. Quisiera pensar en que es reversible, pero creo que estamos condenados.

1 comentario:

  1. Serviría mucho meditar en estos tópicos antes de llegar siquiera a la edad de procrear....

    En todo caso iniciativas como esta hacen mucho mas que solo gritar de alarma...

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