jueves, 16 de septiembre de 2010

Un sacerdote relata su experiencia sobre la ayuda que presta a las víctimas del aborto

Nuestra Iglesia, Madre y Maestra, y por tanto protectora, es defensora del débil, del pobre, del niño, en definitiva, de la vida. Ella reconoce en cada niño que nace un llamamiento que nos interpela y compromete a hacer un mundo mejor.

Mi experiencia en la pastoral, como sacerdote católico, ha sido la de llevar consuelo a la otra víctima del aborto, a la madre. Gracias a ello, he podido experimentar su angustia, su dolor, su arrepentimiento, su trauma y sus sentimientos de fracaso, todo ello por haber permitido en su vida, en su cuerpo, la muerte de su propio hijo.

A continuación presento, someramente, cuatro casos de mujeres que han experimentado la pena del aborto. Los nombres son ficticios, los casos son reales:

Mary es una joven de apenas 17 años, fue violada por el huésped de su madre cuando tenía 12 años y la madre la obligó a abortar. Hoy en día Mary es una joven triste, con un peso interior que la atormenta, una carga que lleva sola y que la acompaña desde hace años. Cada vez que habla conmigo el llanto aflora a sus ojos, arrepentida por no haber tenido la valentía necesaria para tener a su hijo.

Berta es una joven señora abandonada por el esposo en plena "luna de miel". Ella en venganza abortó el niño que había concebido, hoy se encuentra arrepentida y llora amargamente su decisión.

Dulce es casada y su esposo la obligó a hacerse un aborto por razones económicas. Esta decisión hoy en día es el tormento de ambos. En la actualidad están pagando la educación de la hija de su empleada de hogar. Ella también llora con frecuencia y tiene sueños que la atormentan.

Alba María tiene 49 años, en su juventud abortó en tres ocasiones. Esto la ha atormentado durante años y hoy que lo confiesa, por primera vez se siente aliviada. Juntos hemos orado y le hemos pedido el perdón al autor de la vida, a Dios Nuestro Señor.

Estoy convencido como sacerdote, de la gran ayuda que merecen estas pobres mujeres. Lo primero que hay que mostrarles es el rostro misericordioso de Dios y el amor maternal de la Iglesia. Dios se hizo niño para salvarlas; la aceptación de la propia culpabilidad, no es un obstáculo, sino todo lo contrario, una ayuda para encontrarse con el amor misericordioso de Dios. Debemos enseñarlas a ver en cada niño a Dios mismo, un Dios que las perdona, puesto que han reconocido su culpa.

FUENTE: Padre Freddy Zambrana, "Dios es misericordioso... La Iglesia también". El Padre Zambrana de origen nicaragüense, es educador, misionero y consejero matrimonial. Actualmente es párroco de la parroquia San Isidro de Matagalpa, en Nicaragua.

ESTE PADRE ES UN BUEN EJEMPLO, SIN EMBARGO NO TODOS LO SON...

No hay comentarios:

Publicar un comentario