jueves, 13 de enero de 2011

Fuera de la torre de cristal

¿Qué responsabilidad le cabe a un científico? ¿Puede limitarse a hacer investigación mientras se desentiende de cómo se utilizan sus resultados? ¿O debería comunicar públicamente las implicancias de sus hallazgos, promover sus beneficios y advertir sobre sus potenciales peligros?
La discusión entre estas dos posturas lleva décadas, pero, según informa David Dickson, director de SciDev.net, un documento preliminar del Consejo Internacional para la Ciencia que acaba de firmarse en Colombia se inclina decididamente por una de ellas. No sólo subraya la necesidad de que los científicos comuniquen al público sobre sus trabajos, sino que ofrece directrices para hacerlo de la manera más efectiva. En particular, subraya que no sólo hay que informar sobre experimentos y estudios, sino también sobre cómo se produce la ciencia y sobre la complejidad e incertidumbre que la caracterizan. Recomienda evitar el alarmismo y la complacencia, y recordar que la comunicación es un proceso de doble vía: los científicos no sólo deben presentar sus trabajos, sino también estar preparados para responder a las necesidades y opiniones del público.

La comunicación no es un aderezo, sino una parte integral de la profesión del investigador, afirma Dickson. Pero aunque la iniciativa es sin duda elogiable, hace más de setenta años, en 1939, dos científicos destacados ya cumplían con esta premisa. En un librito encantador, editado en nuestro país por Losada, dentro de una colección dirigida por Felipe Jiménez de Asúa, ellos intentaban acercar al lector común los conocimientos de la física del momento. En el prefacio, advierten que su intención es "describir a grandes rasgos las tentativas de la mente humana para encontrar una conexión entre el mundo de las ideas y el mundo de los fenómenos". Y enseguida agregan: "Pero la explicación ha tenido que ser sencilla. Del laberinto de hechos y conceptos hemos tenido que elegir algún camino real que nos pareció más característico y significativo".

"El libro es una simple charla entre usted y nosotros -aclaran-. Puede usted encontrarla interesante o aburrida, torpe o apasionante, pero nuestro objeto se habrá cumplido si estas páginas le dan una idea de la eterna lucha de la inventiva humana en su afán de alcanzar una comprensión más completa de las leyes que rigen los fenómenos físicos."

El título de esa obra es La física, aventura del pensamiento. ¿Sus autores? Nada menos que el genial Albert Einstein y el físico polaco Leopold Infel.

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