miércoles, 7 de agosto de 2013

SEIS DE AGOSTO HIROSHIMA. 


SENTENCIADO.

Fuchio abrió pronto los ojos esa mañana, se asomó al ventanuco, y vio que hacía un día en general soleado. Eran las siete y media y sus arrozales situados a seis kilómetros del centro resplandecían con los primeros rayos del alba. 
Desayunó con calma, mientras meditaba en qué lugar del sembrado había creído ver el día anterior el nido de víboras. Recogió los aperos, besó a su mujer y salió al campo. 
Comenzó a caminar y se detuvo con sigilo, al sorprender picoteando en su parcela a una bandada de grullas de cabeza oscura –aves míticas y adoradas en Asia– pero al parecer no fue lo suficientemente silencioso, ya que apercibidas de su presencia, las aves emprendieron el vuelo de forma sutil y elegante. De todas formas sonrió satisfecho y prosiguió su camino mientras observaba los nuevos brotes de arroz. 

Miró su reloj de bolsillo; las ocho y diez. Volvió su mirada a la izquierda y sobre un montón de rastrojo las descubrió. Desenvainó la guadaña y oyó el murmullo sordo del avión. 
Cubriéndose la frente para protegerse del Sol elevó su mirada y distinguió el aparato. No le prestó atención. ¿Para qué? «¿Acaso merece la pena una civilización que sólo trae disgustos y preocupaciones?» se dijo para sí. Volvió a centrarse en las serpientes y cuando se disponía a descargar el mandoble se hizo de noche. 
Asombrado trató de mirar al firmamento en dirección a la ciudad, algo que hizo al tiempo que atacaba el nido de víboras. Un brillo cegador lo deslumbró, resbaló y cayó. Sintió la quemazón en un brazo, estremecido se incorporó y mientras se apresaba la herida vio la nube ascender, escuchó el fragor de mil truenos retumbar y un violento vendaval lo elevó varios metros de espaldas. 

Aterrizó sentado, chapoteando sobre el arrozal, preso de gran confusión. Aterrado, lo primero que pensó fue que los dioses castigaban la maldad de los hombres. Entonces, por la carretera procedente de Hiroshima, asistió aturdido a un desfile de almas en pena. Seres despellejados del color del carbón, muchos de ellos parcialmente mutilados, musitaban débiles quejidos o ni siquiera hablaban palabra mientras caminaban hacia ningún lugar...
Uno de ellos, renqueante, extendió sus manos llagadas y suplicó. «Por favor... ¿Tienes... agua...?»
Comenzó a llover. Era una lluvia sucia y oscura que olía a calcinado y tiñó el campo y los sembrados de un color negro de muerte… 
Fuchio no pidió ayuda, comprendió que todo era inútil. Aquella mañana el mundo estaba sentenciado...

COMO CASI TODOS LOS AÑOS, RECORDANDO LA ESTUPIDEZ HUMANA Y UNA DE SUS MÁS HORRENDAS MASACRES.


José Fernández del Vallado. Josef.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Delia! La imagen espeluznante. Parece que ya nadie tiene miedo del poder nuclear ni se preocupa de él. Y eso después de lo que hace muy poco ocurrió en la central de Fukushima, Japón. Fue de pesadilla. Hoy nadie habla de sus muertos, tampoco ni de esos miles de héroes anónimos que dieron sus vidas, tanto en Chérnobil como en Fukushima.
    UN abrazo.

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  2. Un fuerte abrazo para vos Josef, junto a mi agradecimiento por hacernos recordar estas tragedias a fin de intentar lograr que se paren para siempre...

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