jueves, 3 de abril de 2014


"Los pobres se estresan más porque no pueden anticipar lo que pasará mañana"

El experto en neurociencia Federico Fros Campelo plasmó sus investigaciones en el libro Ciencia de las emociones; explica cómo afectan al cerebro las sucesivas crisis; además, un test emocional para descubrir rasgos de la personalidad
Por   | LA NACION
 
Las tensiones que una persona pasa en la ciudad generan un estrés que puede volverse crónico. Foto: Soledad Aznarez
La pasión de Federico Fros Campelo a los siete años eran las revistas Muy Interesante oConozca más . Estudió Ingeniería Industrial porque siempre quiso saber cómo funcionan las cosas del mundo. Pero hace quince años, con una carrera concluida como ingeniero, lo empezaron a desvelar experiencias emocionales propias que no entendía. Estuvo tres o cuatro años leyendo cientos de libros de autoayuda, pero concluyó que allí sólo le ofrecían una solución bien intencionada basada en la creencia personal del autor. El buscaba algo más científico, con la presunción de que "no es el corazón el que siente sino el cerebro".
Hace ocho años que se dedica a estudiar psicología cognitiva, evolutiva y neurociencia. Se especializó en la neurociencia afectiva o social, que explora qué químicas cerebrales se activan en la relación con otros y en función de las experiencias emocionales. Y se dispuso a verificar si los modelos sobre cómo funcionan las emociones son verificables o refutables. De este trabajo surgió su primer libro, Ciencia de las emociones, los secretos del cerebro y sus sentimientos(Ediciones B), sobre el que conversó con LA NACION.
En sus investigaciones teóricas y experimentales estudió por qué sentimos lo que sentimos, qué conexiones neuronales establecemos, con qué mecanismos, y cómo pueden modificarse, por qué las crisis económicas nos estresan y hasta pueden volver a una sociedad más mística o creyente.
-¿Por qué las emociones están codo a codo con las creencias y la razón?
- Desde hace mucho tiempo, filosófica y científicamente decimos tener procesos racionales de pensamiento y otros emocionales, pero éstos están conectados en nuestro cerebro y funcionan juntos. Cuesta bastante entender que emociones y razón están en conciliación permanente, son parte de una misma ejecución. Pero hay pruebas de que la razón se pone al servicio de nuestras experiencias emocionales como si fuera un abogado defensor.
Todos tenemos una necesidad acuciante de saber cómo funciona la realidad. Cuando algo nos desconcierta preferimos hacernos a la idea de algo falso antes de que no saber lo que está pasando.
Por ejemplo: todos tenemos una necesidad acuciante de tener modelos de cómo funciona la realidad, nuestro cerebro viene de origen preparado para evaluar cómo se mueve el mundo. La necesidad de formularnos esa idea hace que no podamos aceptar incertidumbre: cuando algo nos desconcierta preferimos hacernos a la idea de algo falso antes de que no saber lo que está pasando. En ese momento la razón se pone al servicio de ese proceso emocional y empieza a argumentar para encontrar explicaciones. Por eso mucha gente al sentirse angustiada por algo que no sabe, va al horóscopo y encuentra una respuesta ahí, o busca a una tarotista, o se vuelca a una creencia religiosa. Está demostrado que cuando una sociedad está expuesta a un escenario de mucha incertidumbre se pone mística, supersticiosa; busca patrones para dominar la realidad.
LA NEUROCIENCIA Y LOS PIQUETES
-¿Qué se genera en el cerebro en épocas de crisis?
-Toda vez que alguien precise formular una idea de cómo funciona el mundo va a tener dopamina discurriendo por ciertas vías neuronales del cerebro; ante la incertidumbre hay más dopamina todavía. Uno está sobreestimulado, mucho más ávido de encontrar soluciones. Cuando no las puede encontrar, porque hay situaciones como inflación, dólar volátil, reglas del juego cambiantes, nuevas normas, este repertorio de incertidumbre hace que se tenga avidez por intentar anticipar lo que viene. Ahí hay exceso de dopamina, que se transforma en energía; es decir, hay más disponibilidad de energía para actuar. En el entorno de incertidumbre de hoy se provoca mucha adrenalina y eso es un factor psicológico estresante porque estamos físicamente preparados para una acción, pero que no sabemos cómo ejecutarla. Esa parálisis y, en simultáneo, toda la energía disponible lleva a un desborde psicológico que es el estrés.
Las investigaciones demuestran que los que más sufren el estrés son las personas de clase baja, porque tienen factores estresantes permanentes: los estresa el sometimiento a sus jefes y además padecen de más incertidumbre porque son los que menos pueden anticipar lo que les va a pasar mañana.
-¿Por qué es necesaria cierta dosis de estrés?
- Estrés es la fatiga que nuestro cuerpo siente por la exposición a estímulos que requieren de alta energía. Cuando el organismo está preparado para ese tipo de estímulos agudos y críticos, el cuerpo responde bien. Por eso el estrés es bueno en esa situación de peligro. La puesta en escena contemporánea es distinta y los factores que estresan tienen que ver con un repertorio de los problemas mentales que uno se hace: ¿me tomo el tren o no? porque si me lo tomo corro riesgos de tener un accidente; o ¿qué hago con el subte ahora que anunciaron paro? ¿me arriesgo a que se levante? ¿busco otra opción para ir a trabajar?; además, hay un piquete en avenida Corrientes. Todos esos son factores psicológicos que generan el mismo estrés que en aquella situación muy precaria y primitiva de nuestros ancestros. Además lo interesante es que en ciertas personas esto está en permanente activación y se vuelve crónica. Y a largo plazo las hormonas del estrés generan muchos problemas. Las investigaciones demuestran que los que más sufren el estrés son las personas de clase baja, porque tienen factores estresantes permanentes: los estresa el sometimiento a sus jefes y además padecen de más incertidumbre porque son los que menos pueden anticipar lo que les va a pasar mañana.
 
Fros Campelo indaga en los secretos del cerebro y los sentimientos. 
-¿Lo equitativo está cableado en el cerebro?
-Sí, la comparación está incorporada. Muchas veces se argumentó que la moral es un constructo social, una emoción cognitiva que surge a partir de lo que aprendiste por pertenecer a una sociedad. Y no es tan así, porque está demostrado que hay ciertos lugares del cerebro que se nos activan cuando se percibe una inequidad. Hay un experimento que es el juego del ultimátum: hay dos personas que no se conocen; a una le dan 100 dólares y un investigador le pide que divida como más quiera el dinero con la otra persona, el participante b; este último tiene opción de aceptar la oferta o rechazarla y, si la rechaza, ambos se quedan sin nada. Con esas premisas, lo más probable es que la persona divida 50 y 50; si lo hace 90 y 10, hay una alta probabilidad de que se le rechace la oferta porque el otro siente inequidad. Entonces, responde emocionalmente y no con racionalidad. Si rechaza la oferta se queda sin nada, pero opta por castigar al otro, es un castigo altruista y funciona en toda relación.
-¿Las emociones se aprenden o se traen?
-Las emociones son resultado de unidades de procesamiento de nuestro cerebro que exigen tanto circuitos de neuronas como químicos. A esas unidades de procesamiento las traemos todos por igual, traemos los mismos recursos profundos para tener emociones, pero lo interesante también es que nuestro cerebro está preparado de origen para no estar determinado. Tenemos procesos como la plasticidad neuronal que permite que aprendamos y cambiemos el cableado de neuronas para asumir cierta experiencia. Entonces, las emociones se traen pero también se aprende alrededor de ellas, por eso para enojarnos necesitamos tener una unidad de procesamiento, pero el cómo nos enojamos, cuánto, a través de qué estímulos es algo que pudimos aprender a lo largo de toda la vida.
Aprender a ser buena persona sí se puede, porque como decía recién el cerebro puede cambiar con la experiencia.
-¿Se puede aprender a ser buena persona, a tener buenos sentimientos?
-Aprender a ser buena persona sí se puede, porque como decía recién el cerebro puede cambiar con la experiencia. La clave para desarticular una emoción es conocer qué proceso lleva por dentro, sólo así se pueden entrenar respuestas emocionales para no caer en automatismos. Y la buena noticia es que la neuroplasticidad se puede producir en cualquier etapa de nuestras vidas, no se limita sólo a cuando somos niños. De adultos también tenemos génesis de neuronas nuevas. El tema es que hay un período crítico cuando somos chicos para inscribir patrones de causa y efecto: en el primer año el cerebro de un bebe prácticamente duplica su peso, es un crecimiento neuronal increíble y allí hay que tener especial cuidado.
 












-¿Por qué algunos recuerdos se borran y otros nos acompañan toda la vida?
-Eso es algo que descubrió un premio Nobel de Medicina, Eric Kandel. La respuesta es que cuanto mayor es el contenido emocional de una experiencia, más se la recuerda porque hay procesos químicos en nuestro cerebro, por ejemplo, los que se deben a la dopamina (un neurotrasmisor que está en muchos lugares de nuestro cerebro, es la esencia de todo estímulo, el fundamento del entusiasmo). Cuando una emoción es muy fuerte, la dopamina ayuda a modificar conexiones en el cerebro y a establecer otras nuevas. Esto contribuye a formar la memoria de largo plazo.
-¿Por qué cree importante incluir en la escuela materias que hablen de las emociones?
-En la escuela estamos desbordados de conceptos útiles pero ninguno de ellos apunta a descubrir por qué somos como somos, cómo podemos conocernos mejor para tener una sociedad menos irascible, con mayor contención, con menos hostilidad. Hay poca empatía entre nosotros. Si conociéramos más estos procesos, estas razones, podríamos estar alerta de ellas y así construiríamos una sociedad más cohesiva, más integrada. Es tan importante la geografía política como la neurociencia.

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